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sábado, 23 de octubre de 2010

dime tú

- ¿Y me van a dejar acá abandonado?
- No, abuelo. Estamos todos acá, te vinimos a visitar.
- Llevame a mi casa, nena. Dale.
- Estás en tu casa, abuelo. Te vinimos a visitar a tu casa. ¿Sabés quién soy?
- Si, nena. Pero llevame a casa.
- Es tu casa. Fijate esa biblioteca, ¿la reconocés?
- Si, es mía.
- ¿Querés ir al comedor?
- Bueno, dale.
- ¿Ves? Acá están tus discos de Gardel. Tu aparador. Las fotos de la abuela y de nosotros…
- Si, si. Llamá a tu hermano. Quiero que me lleve a mi casa de la calle X. Yo le pago la nafta. Por favor.
Hermano: - Estamos en tu casa de la calle X. Salgamos. ¿Ves? ¿De quién es esa casa de al lado?
- Del papá de Sebastián.
- Claro, ¿y aquella otra?
- De Mirtha
- Bueno, y entonces ¿ésta casa de acá, a la que estamos entrando ahora con tus llaves, de quién es?
- Creí que en vos podía confiar. Nunca me imaginé una traición así ¡Por qué me hiciste ilusionar que me ibas a llevar a mi casa! Llamá a tu hermana.
Yo: - Abuelo, mirá. Esta es tu cocina. ¿Dónde está el baño?
- Allí
- ¿Y cómo sabés que está ahí? Porque estamos en tu casa.

Así pasaron las casi cuatro horas que estuvimos de visita.

Por qué no lo llevábamos a su casa era la única cuestión que repitió y repitió hasta el infinito. Ninguna otra. Yo intentaba sacarlo de tema y volvía a eso. Seguía con lo de que lo llevemos a esta mismísima casa donde estábamos.

No preguntó otra cosa. Nada.

Ah, perdón. Hubo una única excepción y que me preguntó sólo a mí:

- Nena, ¿vos tenés novio?
- No, abuelo. No tengo.
- ¿Y por qué no tenés novio?
...
...

- Abuelo, llevame a mi casa.

lunes, 11 de octubre de 2010

Rompiendo dicotomías

¿Estamos destinados a vivir
ó una historia intensa y pasional,
ó una apacible y "trivial"?

Cada vez que me cuentan una historia de esas de novela, donde se menciona "el amor de mi vida", "perdidamente enamorado/a", ó relatos del estilo "no podía dejar de pensar en él/ella, bajé como 10 kg en un mes" basta con hacer dos preguntas para confirmar la regla: ¿cuándo terminó? y ¿qué les impedía estar juntos?

Y no sólo les pasa a nuestros amigos, conocidos, y a nosotros mismos. Toda historia intensa de amor en el teatro, el cine, las novelas, en los temas musicales cumplen con la regla. Para que se pueda transmitir un "amor infinito", basta ponerle un obstáculo a la relación. A partir de ahí, la intensidad va subiendo progresivamente, y como chorlitos caemos en pensar "si se concretara, serían la pareja más feliz, auténtica y enamorada de la historia". Claro que, esto último, sólo pasa en las novelas (rosas). ¡Y ni siquiera! Cuando se juntan puf. Termina la novela pues no hay manera de mantener la verosimilitud de tal intensa pasión en el transcurrir del tiempo sin obstáculos.

¿Qué mecanismo perverso hace que, a una relación armoniosa y apacible, rara vez se la asocie a pasiones desenfrenadas? ¿y por qué, a veces, sí se despiertan tales pasiones al terminar esa misma relación? ¿Acaso la intensidad de la pasión sólo pude asociarse a la ausencia ó a la pérdida? ¿Tendrá que ver con la lógica que dice que uno desea lo que no tiene, pues no se puede desear lo que ya se tiene?

Si esto fuera así... ¿cuál mecanismo ingenuo hace que anhelemos estar visceralmente enamorados en una relación estable y armoniosa?

Creo que las vivencias aquí juegan un gran papel. Lo importante es vivir las relaciones como se dan. Y ver hasta donde esos enganches casi patológicos no son más que una historia en nuestras cabezas, ontológica con nosotros mismos, y nada tienen que ver con una historia compartida y construida de a dos... Y que tampoco aquella relación de varios años, cotidiana y predecible, fue tan insulsa como se la pretende ver a la sombra de la otra.

¿Será, de todos modos, que no quede más opción que vivir ó una (intensa y traumática), ó la otra (armoniosa y estable)? En cualquier caso, también estaría bueno ver más allá del instante, ver el devenir de las relaciones.
Aun si fueran dos: ¿cuál transcurre de manera constructiva, enriquecedora, con muchos momentos especiales y gratificantes? ¿con cual sentís que tenés una contención, una solidez, un respaldo y que sos la contención, la solidez, el respaldo de tu compañero? ¿dónde te sentís pleno, acompañado, sanamente enamorado y feliz?

En una época, este último planteo me sonaban triste. Patético. Mediocre. Resignado.

Evidentemente, habría algún resabio adolescente (como una memoria emocional de aquel amor imposible que había devenido en posible) que me hacía sentir "el amor" sólo cuando sentía que yo me desdibujaba por completo ante él, al punto de desmaterializarme.

Evidentemente, eso me llevó a vivir una historia que si bien furiosamente intensa no fue de amor. No tuvo que ver con una relación de dos. Fue un enrosque personal que, claro, "él" no dejó de fogonear... pero desde afuera y sin ser parte.

Evidentemente, no hay sólo dos maneras extremas y excluyentes de vivir una relación importante, intensa y pasional.

Evidentemente, estoy lista para explorar una tercera.