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jueves, 16 de diciembre de 2010

Los grandes misterios de la vida

Será que fuimos programados para ello ó que está en la naturaleza humana, pero en todos los tiempos y culturas la fascinación por lo desconocido está sobredimensionada. Y no creo que esto sea bueno o malo, pero de lo que no cabe duda, es de que es indiscutible.

Que si los fantasmas, los espíritus, la reencarnación, las vidas pasadas.
Que si los extraterrestres, los gnomos, las hadas.
Que si la telepatía, telequinesia, la programación neuro lingüística.
Que si el horóscopo, las runas, las energías, el autoayuda.
Que si Adán y Eva, el Big Bang, la evolución de las especies.
Que si Dios, Jesús, Alá, Buda, nadie.


Lo bueno de todo esto es que puede que motorice investigaciones, estudios, historias. También entretenimiento, claro. Y alivio y contención a mucha gente. Otra cosa positiva es que sin dudas le da trabajo a muchas personas, en la misma proporción (ó más) que el turismo.

Pero en otro orden, lo que he notado es que mucha gente vuelca en lo desconocido todas sus expectativas, admiración, fanatismo. Ponen allí (en esa nebulosa abstracta) tiempo, dedicación y una energía que da pena se disipe en tal dimensión supra-terrenal. Y sólo por el hecho de que se la desconoce, no por el hecho en sí mismo. Como si supieran de antemano que jamás podrán vivir un placer similar al que vivirían al descubrir alguno de esos "misterios".

Como conocemos el pasado y sus complejos devenires en el presente, nos desvela el futuro. Si el planeta fuera todo llanura, habría una multitud en cola de espera para ir a algún planeta donde existan montañas. Que la vida marina es un universo aparte más complejo que el de cualquier civilización inventada por el cineasta más fantaseoso, lo notamos con tal sólo ver algún documental de la TV. Pero bueno, está ahí. No nos maravilla.

Ojo. También hacemos a la inversa: si vemos algo que nos deslumbra, inmediatamente pensamos que seguramente no puede ser terrenal ó hecho por el ser humano conocido. Así, las líneas de Nazca, los Círculos de Trigo ingleses, los Gigantes de La Isla de Pascua, las Pirámides... las grandes obras que tranquilamente pudieran haber sido hechas por hombres (yo no lo sé, claro) enseguida se le atribuyen a algo desconocido. Como si "lo maravilloso" fuera potestad de "un afuera" del planeta.

Estaría bueno no perder ese bichito que nos motoriza a indagar. Pero estaría más bueno que eso no nos omnubile. Que sea lo que sea, no es más ni mejor que lo que conocemos. Y que, en sí mismo, todo lo que conocemos puede que sea más fascinante y misterioso, digno de apreciación y respeto. De emoción y gratitud.

Porque hasta Matt Groening sabe que, de vivir todos en Futurama, los extraterrestres nos importarían un corno.

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