Temas

jueves, 26 de agosto de 2010

Y vos, ¿cuánto cobrás?

¿Por qué en general causa cierto pudor decir lo que uno cobra por su trabajo?


Tal vez me intrigue porque nunca tuve el pudor de decir cuánto he cobrado en todos los trabajos. Ni cuando consideraba que era una miseria, ni cuando consideraba que mi sueldo podía estar un poquito encima que el del supuesto promedio.

Aun así, creo que no hay que ser hipersensible para percibir que en general la mayoría de las personas se ponen incómodas sobremanera cuando se avecina el tema en números, y por eso evito preguntar cuánto ganan aunque yo les cuente. Y aun así no lo dicen. ¡Ni en una conversación sobre el mismísimo tema de "el pudor que da decir el sueldo"!

La lógica no me ha llevado a buen puerto en intentar dilucidar la raíz del enigma. Es tu realidad EQUIS, tu experiencia, tu posiblidad... ¿por qué no compartirla? Pero no. Hay alguna maraña intrincada por la cual eso no sucede. Ganes mucho, promedio, o poco.

Entonces rápidamente abordo el tema de la autocensura desde otro lado: ¿a quién le conviene que, entre los empleados o colegas, no se cuenten lo que cobran? ¿a quién perjudica que se haga un intercambio de experiencias e información al respecto? Esa sí es fácil de responder: a los "jefes". Por algún motivo no tan mágico se ha generado un sistema por la cual nosotros, los que no decidimos el sueldo, nos autocensuremos y no nos contemos cuánto nos pagan ellos.

Toda esta autocensura genera que, salvo escasas excepciones, el tema del salario sea una gran incógnita entre compañeros, entre colegas, entre los distintos trabajos... sabemos más de cifras leyendo el diario que hablando con un amigo.

Hoy, llegando a casa por la noche, veo una cuadrilla de más de 6 pintores pintando, bajo la atenta mirada de un señor de traje, la fachada de una gigantezca concesionaria de autos, de esas que exhiben los más lujosos adelante. - ¿A esta hora pintando? -pensé.

Me acerco y veo que estaban tapando miles de grafitis que obviamene habían dejado los trabajadores:

"¿$8 para almorzar?, ¡caraduras!"
"$15,20 la hora del mecánico? ¡paren de robar!"
"$250,87 (no me acuerdo qué cosa). Chorros! Repartan la torta que ganan gracias a nosotros!"


Me detuve. Me tomé toooodo mi tiempo ahí paradita, leyendo cada uno de los graffitis que morían debajo del rodillo blanco. El tipo de traje me miraba desconcertado, como diciendo ¡¡Piba, ¿qué leés? seguí camino!! Su expresión era como extraviada y su cara estaba desencajada. Muy nervioso y desconcertado miraba hacia una y otra esquina y caminaba de una punta a la otra de la fachada.


Era evidente la auténtica vergüenza que sentía frente a esos escritos que lo único que citaban eran cifras concretas. Las que "él" (o lo que representa) paga a sus empleados. Esaba claro: el tipo quedó desnudo ante los transeuntes.

Por fin, con este tema, puede presenciar un pudor lógico y coherente: el del que paga los sueldos injustos. Pero no porque pagara poco ó por un dilema moral, eso lo hubiera avergonzado siempre.
Sino simplemente, porque había salido clara y rotundamente a la luz pública su vergonzante mezquindad.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Comentarios